El pasado mes de octubre viajé a la ciudad de México para dar una conferencia.
Mi vuelo salía de Asunción el día jueves, mi participación se daría el día viernes y emprendería la vuelta a Paraguay el día domingo.
Decidí reservar el día sábado para algo que había postergado por mucho tiempo….
Mis padres se habían casado en el año 1.974, el 31 de diciembre para ser más precisos.
Al poco tiempo viajaron, con lo poco que tenían, a la ciudad de México para que mi padre pudiera realizar la especialidad en Pediatría en el Hospital Infantil de México.
Terminaba el año 1.975 y mi madre queda embarazada. La decisión que tomaron como familia era que yo debía nacer en Paraguay como ellos.
Mi madre viaja sola a Asunción y el primero de setiembre de 1.976, llega a este mundo quien está escribiendo estas líneas.
A los pocos meses, mi madre y yo volvemos a la ciudad de México para el reencuentro con mi padre, quien se encontraba sumamente comprometido con sus estudios.
Durante mi niñez, mi adolescencia e incluso mi vida adulta, me pasé escuchando historias de esa etapa de la vida de mis padres, de lo sacrificado que había sido tomar la decisión de estudiar tan lejos de nuestro país, del pequeño departamento en el que vivíamos sobre la Avenida Obregón, de la familia Valencia que vivía en el mismo edificio y cuya hija, Marta, de 16 años en aquella época, me cuidaba cuando mi madre lo necesitaba.
Escuchar todas esas historias despertaron mi curiosidad, pero, en los viajes anteriores nunca había tenido la oportunidad de volver al lugar donde vivimos hace tantos años, hasta ahora…
Caminé durante media hora desde mi hotel y finalmente llegué a la Avenida Obregón, protagonista de muchas conversaciones en la mesa familiar durante años.
Cuando faltaban 200 metros para llegar a la dirección del antiguo departamento, en donde vivíamos en la década del 70, reconocí un monumento que había visto en una foto de mi madre sosteniéndome en sus brazos sentada al pie de la estructura.
El monumento al Gladiador Borghese.
Se me ocurrió en ese momento recrear esa imagen. Vi venir a una pareja de unos 20 años caminando y les pregunté si podían tomarme la foto, a lo cual accedieron amablemente.
Se la envié a mi madre en ese mismo momento mientras caminaba hacia el antiguo edificio que fuera nuestro hogar.
Transitando esa avenida, me invadió la nostalgia, como si ya hubiera estado allí (¿se le puede llamar recuerdo a eso?), las piernas me temblaban y a medida que me acercaba al lugar, veía como todo el entorno se había modernizado, pero el edificio se había quedado en el tiempo.
Mientras esto ocurría, mi madre le había enviado a Marta (con la cual hasta ahora mantenía contacto), la foto que me había tomado hacía unos minutos y le advirtió que yo estaba en el lugar.
Marta sigue viviendo allí después de tantos años y salió a mi encuentro.
Difícil explicar con palabras ese momento, ese abrazo, esas lágrimas.
Desde que tengo uso de razón, era la primera vez que hablaba con ella, y sin embargo, sentí como si la conociera de otra vida.
Una charla llena de emoción, de recuerdos y de la promesa de un futuro reencuentro.
Volví caminando a mi hotel, y durante esa media hora, todavía sentía la adrenalina de haber estado en ese lugar y de haberme encontrado con Marta. A la vez, una satisfacción, de por fin haber tenido el coraje de hacerlo, porque sabía dentro mío, que sería una experiencia muy fuerte, como terminó siendo.
Escuchamos frecuentemente que no debemos aferrarnos al pasado, sin embargo, conectarnos de manera positiva con nuestras vivencias anteriores, nos da una perspectiva con respecto a nuestra identidad, de donde venimos y el camino que hemos recorrido a través de los años.
Definitivamente tenés que hacerlo de vez en cuando…
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Un abrazo para todos.
Definitivamente emocionalmente poder leer sus vivencias qué enriquecen el alma Dr 🙌🏼🫂
Emocionante, bella historia- Hermosa forma de contarla. Gracias por compartir esta parte tuya tambien